La historia de un sueño

Diario de carretera: Francia, Suiza e Italia
Hace ya un tiempo que terminamos el viaje, pero aún nos dura el entusiasmo y siento la emoción de cada momento. Antes de partir estuvimos seis meses preparándolo todo, rastreando páginas web para comparar hoteles, servicios y precios y estudiando distintas rutas. Estábamos impacientes por montarnos en las dos Road King Classic y la Softail Springer y empezar a divertirnos.
Compré mi Road King en 2005, y fue mi primera moto, mi primera Harley-Davidson®. Desde aquel momento, tras una serie de viajes en los que recorrí alrededor de 15.000 km, soñaba con emprender un viaje largo, como los que veía en Hog Tales®.
Éramos tres: mi amigo Juan Carlos Gorría, a quien conocí en mi primer día en la carretera con mi Road King con una personalización Spiderman, JJ Maya, con su magnífica Springer y su peculiar asiento estilo vaquero, y yo. Pablo Neruda decía que nunca deberíamos dejar de ser niños y que, como los niños, vivimos con esperanza. Ninguno de los tres era capaz de pegar ojo con la emoción del viaje que nos aguardaba.
Giré la llave de encendido, mi Road King se puso en marcha con un bramido celestial y comenzó la aventura. Partí una tarde para recorrer en solitario 500 km desde Aragón para reunirme con los otros en Carcasona (Francia).
Hice noche en Jaca, en los Pirineos españoles y desperté con una maravillosa mañana de primavera. Salí de Jaca a las 8 de la mañana para cruzar los Pirineos recorriendo los 8 km del túnel de Somport, el ‘summus portus’ que los peregrinos cruzan desde hace más de mil años para ir a Santiago de Compostela.Yo tenía 400 km de carretera hasta Carcasona, mientras que Juan Carlos y JJ Maya recorrerían 600 km desde Estella (Navarra) hasta el punto de encuentro.
El viaje hasta Carcasona es como un recorrido por la Edad Media y me hizo recordar las guerras de religión contra los cátaros, los hombres puros. Es como si cada piedra relatase al viajero siglos de historia, en especial durante la noche, cuando las calles de la ciudad, llenas de turistas durante el día, quedan desiertas y como hechizadas a la luz de la luna.
JJ y Juan Carlos llegaron cinco horas después que yo, con las cazadoras cubiertas de insectos y agotados después de recorrer 700 km en poco más de seis horas. Pasamos una noche de relax, con estupenda comida y bebida, y nos acostamos pronto. Teníamos ante nosotros 5.000 km y 12 días para disfrutar de maravillosos paisajes montados en nuestras Harley®, cruzando los Pirineos, recorriendo la campiña francesa, coronando las cumbres suizas e italianas, recreándonos con el paisaje de la Toscana y admirando las costas de las islas de Cerdeña y Córcega.
El primer día de nuestra aventura comenzamos la etapa más larga del viaje, que nos llevaría hasta el extremo oriental de Francia, bordeando el lago de Ginebra y adentrándonos en el corazón de los Alpes suizos. Una etapa de alrededor de 1.000 km, pero que resultó ser aún más larga de lo esperado en un principio… Partimos de Carcasona a las 9 de la mañana, con el bramido de los motores Twin Cam. El plan consistía en aprovechar el tiempo en el primer tramo de 800 km de autopista hasta Ginebra. Las tres Harley recorrieron a velocidad de crucero la campiña mediterránea alrededor de Narbona, los viñedos de Aviñón (la ciudad de los papas), Valance y Chambery, deteniéndonos solo para repostar o para descansar un poco. A las 5 de la tarde llegamos a la ciudad suiza de Ginebra y su lago del mismo nombre que rodeamos por la derecha, disfrutando del maravilloso paisaje justo cuando comenzaba a ponerse el sol. Después de llegar al Chateau de Chillon, un hermoso castillo medieval muy cerca de Montreux, que parecía surgir de la costa del lago de Ginebra, nos relajamos un poco. Nos quedaban casi 200 km hasta Grindelwald.
Eran las 8 de la tarde cuando partimos hacia Grindelwald. Habíamos tanteado dos posibilidades: la primera, cruzar por la ruta de montaña que enlaza Aigle e Interlaken pasando por la famosa Gstaad, y la segunda, tomar la autopista por Friburgo. El tiempo no era el más adecuado para la carretera de montaña, que asciende a más de 2.000 m, por lo que salimos con la idea de tomar la autopista. Por error, nos pasamos la intersección y terminamos en una tortuosa carretera llena de curvas de 180° y pendientes de más del 10 %, que parecía apuntar directamente al cielo.
Comenzaba a caer la noche y para colmo aparecieron negros nubarrones y las primeras gotas de lluvia. Aún así, la magia del paisaje era sorprendente. De pronto, en pleno junio y en cuestión de 15 minutos escasos, el paisaje primaveral había dejado paso a pocos kilómetros a zonas nevadas, ganado y los típicos chalets de montaña. La noche se nos había caído encima y estábamos totalmente desorientados, aunque los sistemas de navegación nos indicaban la dirección de nuestro destino final, a 150 km de distancia. Ya era alrededor de medianoche y llevaba media hora amenazando lluvia.
Cerca de Gruyères, nos detuvimos para estudiar nuestra posición y volver a planificar la ruta. Juan Carlos se puso en cabeza. Las carreteras seguían siendo estrechas y las señales nos indicaban que estábamos comenzando a ascender el Jaunpass, el primer puerto, a 1500 m de altitud y pendientes del 11 %: ¡qué pesadilla! Recordé haber visto este puerto en los mapas y en los libros al planificar la ruta, pero jamás imaginamos que lo recorreríamos en la primera noche.
Tuve la sensación de que nos habíamos pasado la carretera hacia Gstaad, pero tampoco nos habíamos cruzado con la autopista a Friburgo.
Sin habérnoslo propuesto, a medianoche y en la más total oscuridad, estábamos a punto de cruzar el primero de los grandes puertos. Esto no era lo que habíamos previsto, pero tenía su elemento de emoción y aventura, más para mí que para los otros dos pilotos con más experiencia y que tomaban curvas imposibles con total facilidad, incluso después de las más de 13 horas que llevábamos sobre nuestras Harleys. (¡Cuánto me alegré de haber cambiado el asiento de mi Road King Classic para este viaje!).
El ascenso no fue tan complicado, aunque yo me mantuve un poco por detrás de los otros, que llevaban un ritmo más rápido. Juan Carlos insistió en que yo fuera en cabeza, pero preferí ir más relajado detrás que tener la presión adicional de mantener el ritmo en estas condiciones de montaña.
El descenso prometía ser impresionante, lleno de curvas interminables que yo no esperaba encontrar hasta tres días más tarde, en Stelvio. A medianoche y con todas las horas que llevábamos sobre el asiento, fue todo un desafío pero yo me propuse disfrutarlo a mi ritmo, aunque los pilotos traseros de mis compañeros se alejasen hasta desaparecer por debajo de mí.
Lo importante era mantener la calma y disfrutar de la experiencia. Hice mi descenso en solitario después del puerto y llegué a Interlaken solo, para volver a ascender al corazón de la montaña. Solo me separaban 30 km de Grindelwald. Rodeado aún de oscuridad, recorrí la ciudad solo y despacio, engranando una velocidad larga para reducir el ruido, y a pesar de la cerrada oscuridad, me pareció muy hermosa. Llegué al hotel cuando mis compañeros, que habían llegado 15 minutos antes que yo, desmontaban las alforjas de sus motos.
Después de más de 1000 km de autopista, puertos y lluvia, las motos pasarían dos días en el garaje par disfrutar de un merecido descanso en el que nosotros, además de empaparnos de la atmósfera de las montañas suizas, también tendríamos oportunidad de recuperarnos y descansar a las faldas del fascinante Eiger.
El día amaneció brillante y soleado, mostrando el valle de Grindelwald en todo su esplendor, con aún abundantes campos nevados y las típicas construcciones alpinas salpicando las verdes praderas. Pasamos toda la mañana recorriendo a pie las calles de Grindelwald hasta llegar a la estación para tomar un tren y un teleférico que nos llevó al restaurante Piz Gloria en lo alto del Schilthorn.
El día siguiente hicimos otra excursión, esta vez en un maravilloso tren cremallera, a Jungfraujoch, una de las cumbres más altas de Europa, con 3.454 m.Las vistas eran realmente espectaculares.
Habíamos previsto dos días para visitar esta parte de Suiza y recuperar las fuerzas necesarias para continuar el viaje. A primera hora de la mañana del tercer día comenzamos nuestro viaje de 750 km por puertos de montaña. Tomamos la ruta de Sustenpass (2.224 m), con un ascenso de más de 50 km por uno de los paisajes más hermosos que habíamos contemplado hasta entonces. A medida que ascendíamos, veíamos más nieve a ambos lados de la carretera, aunque el asfalto estaba despejado. Sin embargo, después de 50 km tuvimos que darnos la vuelta, ya que el puerto estaba cerrado por la nieve. Además de los 100 km del viaje de ida y vuelta, también tuvimos que recorrer casi 200 km por la autopista pasando por Lucerna. Pero ninguno de nosotros se quejó, ya que el paisaje era maravilloso y el desvío había merecido la pena.
No menos hermosa fue la ruta que elegimos, que nos llevó por Klosters (1.179 m), el Wolfgangpass (1.631 m) y el Offenpass (2.149 m). Nos detuvimos en la frontera austriaca, muy cerca de Klosters, antes de cruzar el Flüela (2.383 m) y comenzar el ascenso hacia el Paso Stelvio, en la frontera entre Suiza e Italia. Fuimos recorriendo curva cerrada tras curva cerrada hasta llegar a la cumbre del Stelvio (2.757 m). Este momento me había producido muchos nervios al preparar el viaje y ver las fotografías; aunque prometía ser duro, también sabía que sería muy divertido. Completamos el descenso y nos dispusimos a ascender el Paso Gavia, lo que hice sin prisas, disfrutando de las intricadas curvas cuesta arriba hasta llegar al puerto, a casi 3.000 metros de altura. El descenso fue muy distinto.
La escarpada pendiente y la estrecha carretera exigían máxima precaución. Yo decidí ir sin prisas y disfrutar de la carretera, incluso parando para hacer fotos de los campos congelados que nos rodeaban, en pleno junio. Cuando llegamos abajo, pusimos rumbo directamente a Desenzano, en la costa sur del lago Garda, donde pasamos la noche.
Al día siguiente pusimos rumbo desde Desenzano hasta Siena, con Juan Carlos como guía. El viaje por la Toscana fue tranquilo y memorable por los camiones durante toda la ruta y por el notable cambio en el paisaje. La resplandeciente nieve y el verde primaveral de las montañas dio paso a los tonos ocre de la campiña toscana. Tras una magnífica comida, nos acercamos al puerto de Abetone, más suave que los puertos alpinos, pero muy interesante por la naturaleza de las curvas. Ya había oscurecido cuando entramos en Siena, con el tiempo justo para ducharnos y degustar una deliciosa cena.
Al día siguiente visitamos Florencia, una preciosa ciudad rebosante de elegantes monumentos. Nuestro último día en Toscana fue un placer para los sentidos. La Toscana se presentó ante nosotros en todo su esplendor en la ruta hasta la preciosa ciudad de San Gimignano. Comimos en Volterra y por la tarde dimos un paseo a pie por Lucca. La esencia misma de cada campo, cada casa, la puesta del sol y una maravillosa tranquilidad nos provocaron un indescriptible placer a lo largo del paseo. Un día realmente estupendo, que terminó cuando nos subimos al ferry a las 21:30 para pasar la noche en la travesía hasta Cerdeña.
Ver Cerdeña al amanecer es contemplar todo el esplendor del Mediterráneo. Sol, luz, mar, montañas y, sobre todo, gentes hospitalarias que llevan miles de años acogiendo con calidez a los viajeros.Elegimos como campamento base el famoso barrio VIP de Porto Cervo que incluso en junio era un oasis de inesperada tranquilidad, y desde donde pudimos pasar dos días visitando la Costa Esmeralda y recorriendo la costa norte hasta Alghero, la ciudad catalana de Cerdeña. (No olvidemos que esta isla perteneció a la corona española hasta el siglo XVII).
Viajar por la magnífica ruta que bordea toda la costa norte de Cerdeña te permite disfrutar de los acantilados y las inmaculadas playas con fina arena blanca o rosa, en contraste con el mar de color esmeralda o turquesa. Un paraíso salpicado de preciosos pueblos, con un carácter medieval que habría encajado perfectamente en cualquier parte de Aragón o la Toscana. Es obligatorio hacer parada en Castelsardo, que hasta hace casi 300 años tenía el nombre de Castel Aragonese y fue construida por los Doria y posteriormente conquistada y fortificada por los aragoneses. Su entorno histórico incluye casas multicolores que surgen en el camino hacia el impresionante castillo.
Tras almorzar en Castelsardo, continuamos el viaje hasta Alghero, haciendo parada en Nuraghe di Palmavera, un extraordinario monumento megalítico de impresionante antigüedad y en un excelente estado de conservación. Pero no menos impresionantes fueron las magníficas vistas de la puesta del sol sobre la bahía de Porto Conte desde el Capo di Caccia, donde el propietario del bar y dueño de una Electra Glide nos pidió que firmásemos su libro de visitas, como hace con todos los motoristas que pasan por su establecimiento.
Ya eran alrededor de las ocho de la tarde cuando entramos en la ciudad de Alghero. Con las Harley aparcadas cerca de Porta Terra, una de las principales puertas que antiguamente cerraban las murallas medievales, hicimos la obligada visita a la Piazza Civica. La plaza no es menos hermosa que su nombre. Su principal atractivo es el edificio que en tiempos dio refugio al emperador Carlos V, y que es uno de los lugares históricos señalados de Alghero. Nuestra magnífica cena terminó demasiado tarde, si tenemos en cuenta que teníamos que cruzar la isla para regresar a Porto Cervo, a casi 200 km de distancia, donde llegamos pasada la medianoche.
Amaneció el penúltimo día de nuestro viaje, y en media hora habíamos recorrido la carretera de la costa, que nos llevó hasta Santa Teresa di Gallura. Sin prisas y disfrutando del sol de la mañana, llegamos justo a tiempo para subir al precioso ferry que nos llevó a la vecina isla francesa de Córcega.
La llegada por mar a Bonifacio, en el sur de la isla, resulta espectacular, y desde el ferry el pasajero no puede evitar sentirse como un corsario en un antiguo navío en busca de refugio en alguna cala o ensenada. Salimos del ferry, listos para cruzar la isla desde Bonifacio hasta Bastia en el norte, para desde allí tomar a última hora otro ferry que nos devolvería al continente.
Siguiendo la recomendación que nos dieron en Porto-Veccio, encontramos una magnífica cala de blancas arenas en Solenzana, algunos kilómetros al norte. Comimos estupendamente en La Dolce Vita y a continuación un pausado viaje hacia el norte, con menos de 150 km que recorrer en todo el día. Disfrutamos de cada segundo.
Tras un largo atasco para entrar en el puerto, embarcamos las motos en el impresionante ferry en el que haríamos la travesía nocturna de casi nueve horas hasta Tolón.
Nada más llegar comenzamos nuestra última jornada de viaje. Alrededor de 900 km nos separaban de nuestros hogares, pasando por la región de Marsella, muy cerca de Tolón, y atravesando Provenza. Casi 10 horas más tarde llegábamos a casa a última hora de la tarde y nos reencontrábamos con nuestras familias.
Cada día que pasa me gusta más mi Harley. No solo la moto, sino todo lo que conlleva, incluidas tantas personas encantadoras. En algo menos de 15 meses he recorrido 22.000 km.
En este recorrido por Francia, Suiza e Italia, está claro que disfruté cada kilómetro, aprendí muchas cosas y pude compartir maravillosas experiencias con mis compañeros de viaje.
Me siento feliz de tener una Harley-Davidson y hacer con ella lo que más me gusta: devorar kilómetros, admirar paisajes, conocer personas y lugares maravillosos, siempre con el armonioso rugir de mi Twin-Cam como sonido de fondo.